Arqueología
Universidad de Murcia, 2003 |
Cuadernos del Laberinto, 2013 |
Premio de Poesía Dionisia García
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Aquí abajo, en lo profundo,
habita el que por primera vez
enunció la pregunta.
Sabía pocas cosas:
huir de los felinos y cazar los venados,
escoger los frutos, las hojas y las bayas,
olfatear el peligro,
que la mar sube y baja,
que sangran sin morir las mujeres
y que los hombre mueren cuando sangran,
que hay lunas diferentes y no hay luna,
que la luz se va y viene…
Pero mucho del miedo:
temía al oso y a la víbora,
a que el sol no saliera una mañana,
al hambre y a la nieve,
al viento, al rayo,
al desamparo de los suyos,
a los ruidos de la noche…
Es difícil saber si la pregunta surgió de la ciencia o la ignorancia,
del terror o la altivez,
pero aquel ser, que aún no tenía la palabra,
se miró en un estanque
y después vio un abeto y una roca
y una manzana caída sobre el suelo
y preguntó –sin voz, sin auditorio-
quién soy.
Y comenzó lo humano.
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Unos metros encima estuvieron las ciudades,
aquellas que configuran las leyendas,
las que añoramos doradas y sabemos de adobe.
Desde arriba hemos visto el perfil de sus reyes,
las tiaras de las reinas,
los pechos de las esclavas,
los delirios convertidos en dioses.
También hubo mazmorras
pero la crueldad deja menos señales.
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Dijeron: hágase la luz
y despareció la noche;
ábranse las aguas,
y los abismos entregaron sus secretos;
conozcamos la tierra,
y el planeta se hizo insuficiente;
dominemos el aire,
y se apropiaron del vuelo y del vacío;
que sea nuestro el cuerpo,
y la muerte retrocedió tres pasos.
En esta ocasión,
fabricaron el mundo a medida de sus ansias.
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Pero no definen las fronteras
la geografía ni el tiempo.
Aquí arriba hay personas que tienen un solo vestido
y lo lavan a mano,
recogen leña, cuecen su pan,
mueren de diarrea, envejecen sin gloria.
Como en lo más profundo.